Las encuestas sobre la situación electoral en Panamá, de cara a las elecciones del año 2014, indican dos cosas: Confusión ciudadana respecto a qué oferta es la mejor para el bien del país (están divididas casi en tres tercios) y una escala de valores invertidos que profesa un amplio sector de la población, al inclinarse por una oferta basada en el clientelismo estatal.
Lo anterior es resultado directo de un déficit del sentido de ciudadanía, por el bajo nivel educativo de la mayoría de los electores. Las prebendas de pavo y jamón y los paquetes de ferias pesan en las expectativas políticas de gran parte del electorado. A ellos no les importa madrugar para conseguir un autobús ni las excretas en las entradas de las casas ni la basura acumulada en los parques.
En la familia y en la escuela es donde se completa el proceso de individuación y socialización. Ambas son instituciones básicas para el desarrollo personal y ciudadano, pero están en crisis desde hace buen tiempo. En las escuelas prolifera la deserción de jóvenes que no terminan el bachillerato; la autoridad de los docentes se pierde por la falta de una disciplina institucional que sirva de marco referente a niños y jóvenes; hay un generalizado y persistente ausentismo de maestros y profesores en colegios públicos, y un alto porcentaje de padres de familia ni se asoma a los planteles ni participa de la vida escolar y poco le importa el rendimiento de sus hijos. Muchos solo se presentan cuando van a recoger a sus acudidos al terminar la jornada de clases, para reclamar cuando el docente les aplica una amonestación o cuando sus hijos fracasan alguna materia. Esto contrasta con lo que ocurría hace tres décadas, cuando los padres aceptaban la autoridad disciplinaria del docente.
La comunidad educativa es el conglomerado de actores de primer orden involucrados directamente en el proceso de formación de los jóvenes; es más que las instalaciones escolares y los currículos formales de contenidos académicos. Está conformada por los estudiantes, los docentes, el personal administrativo, los reglamentos y programas didácticos en constante interacción. En ese ámbito el proceso de enseñanza aprendizaje se da de manera continua, no solo en el aspecto formal, sino en las interrelaciones entre cada uno de los actores. Son comunidades en las que existe el compromiso de formar a futuros ciudadanos, productivos y responsables.
Hoy en día la educación escolar está asediada por la burocracia, la política y la influencia de la mercadotecnia que impone estilos de vida asociados a un individualismo alienante ensimismado en las tecnologías informáticas; con las cuales el infante en formación no desarrolla habilidades sociales y destrezas psicomotoras, a la vez que obstaculiza la debida valoración del esfuerzo intelectual. Se está imponiendo una cultura del facilismo. Los padres se concentran más en que sus hijos sean felices y no en que sean responsables y esforzados. Así la diversión llega a convertirse en una prioridad y quisieran que a los estudiantes no les mortifiquen tanto la vida y los pasen rápido de grado. Es el éxito despojado de su dimensión ética. Ejemplo de esto ocurrió en un colegio privado, cuando una estudiante de 15 años no se presentó a realizar una prueba trimestral. La madre la excusó con el argumento de que “mi hija tenía que hacerse el blower y las uñas, porque iba para un 15 años”. Todo esto expresado con tono agresivo y de reclamo a los directores y docentes del colegio “laico”, en el que el “derecho a divertirse” tiene –según ella– el mismo rango que la responsabilidad escolar.
En las escuelas públicas la situación es peor, porque la irresponsabilidad de docentes y directivos permite la entronización de la anarquía y el caos en diversos grados de profundidad. En algunas se cae en el vandalismo y violencia de pandillas, en un absurdo proceso de autodestrucción del concepto de comunidad educativa, auspiciado por los propios padres de familia (Instituto Nacional).
Hace unos meses, un gurú de la innovación educativa decía que había que “derribar las paredes de las aulas de clases, traer tecnologías modernas y dejar que los jóvenes aprendan a su ritmo, lo que ellos quieran, cuando quieran”. Eso es, precisamente, lo que fomenta una anticomunidad educativa. El proceso de la educación es más que conocimiento, es formación en la disciplina, y el deber de hacer lo que toca hacer, aunque no nos guste, tal como ocurre en la vida real. La comunidad educativa es el microcosmos en donde el alumno se prepara para la vida. Si innovamos en el vacío, sin tomar en cuenta aspectos medulares del modo de convivir, destruiremos la dignidad humana, manipulable por la baja política.