Tenemos que decir que muchos de nuestros políticos son corruptos, pero no es menos cierto que los pueblos a veces también son corruptos. Al inicio de cada administración de los gobiernos de turno se escuchan los clamores de algunos pueblos reclamando el incumplimiento, y las acciones inmorales, cínicas y deshonestas de algunas figuras electas por el voto popular para diferentes cargos.
Desde el momento en que los pueblos eligen a un aspirante de elección popular, con una conducta cuestionada, inmoral y del incumplimiento de sus promesas; de hecho se convierte en un pueblo corrupto. Eso es precisamente lo que ha venido ocurriendo en los últimos gobiernos de la nación, lo que representa un irrespeto a la sociedad y a la cultura política de la patria.
Es lamentable para la filosofía política, para la imagen y el prestigio de la nación que se elija en los cargos públicos y de elección popular a elementos de una trayectoria ignominiosa, deshonesta y con un pobre conocimiento de la vida de la nación y de sus propios deberes personales, solo por el hecho de que su dinero –a veces mal habido– y las influencias de sus partidos y líderes hacen posible su elección a base de la compra de conciencias y componendas partidistas y políticas.
También son corruptos aquellos que venden su conciencia y su dignidad personal al mejor postor. Aquellos que mendigan a los políticos para satisfacer sus vicios y lujos de vanidades y aquellos que engañan a sus electores con promesas electoreras. Pero todavía son más corruptos los partidos políticos que aceptan en sus senos a personas expulsadas de otros colectivos por sus acciones deshonestas, en la creencia de que adquirirán los supuestos votos del expulsado y de otros disidentes, quienes no justifican sus renuncias, y que cambian de partido como se cambian de ropa interior en busca de prebendas. Ellos también son corruptos.
En nuestro ambiente político hay figuras con una trayectoria ignominiosa en la sociedad. Otros que invierten grandes sumas de dinero en sus campañas electorales a fin de llegar adonde quieren con la demagogia de "servir a la patria". Ese tipo de político, al concluir la contienda electoral empieza a negociar su cargo y su partido con el gobierno ganador. Lo anterior para recuperar su inversión a costa del fisco nacional, por conducta del tráfico de influencias y de la abundancia de asesores sin la suficiente capacidad y moral que se desempeñan en los diferentes estamentos de la administración pública con flamantes salarios y que lastiman a los otros servidores públicos; mucho más aún a aquellos que no cuentan con un humilde salario.
Las promesas de los políticos casi siempre han sido demagogas y utópicas, ya que toman de base los temas más sensitivos y vulnerables de la sociedad a fin de alcanzar los votos, olvidando después las promesas hechas a sus electores y a sus pueblos. Los políticos tradicionales se olvidan que en los pueblos chicos todos nos conocemos y que sabemos del historial de cada cual. Sin embargo, incurren en ese error electoral que constituye una abierta corrupción, tanto de los políticos como de los pueblos.
Por otro lado, observamos la conducta y las maniobras de otros políticos que se aprovechan de los movimientos populares como las huelgas y los paros para ofrecer su respaldo moral, sin considerar a fondo la filosofía ideológica de esos grupos sindicales, dando a entender que a ellos solo les interesa obtener un respaldo electoral, sin mirar al futuro de la nación. con el solo interés de mantener su hegemonía política, social y económica.
Es irónico para la patria observar cómo jóvenes con una alta preparación profesional, intelectual y moral se ponen al servicio de los que manejan el destino de la nación; por eso debemos buscar a las figuras con una conducta intachable reconocida para el próximo torneo electoral del año 2009, que sean ejemplo de orgullo para los pueblos, para la sociedad y la patria, y desechar a los malos políticos que han de venir con la macabra intención de servirse de los ingenuos panameños en detrimento de la nación.