Julio Cortázar nunca supo lo que es un cronopio de verdad. Los suyos, los que se contraponían a los famas en cuanto a protagonistas de aquellas historias suyas tan divertidas y, a la vez, tan dramáticas, se parecían mucho a cualquiera de nosotros. Pero los cronopios verdaderos van de otra cosa. Lo acaba de indicar un trabajo de Guillermo Rougier, paleontólogo de la universidad de Louisville, Estados Unidos, quien junto con dos colegas más ha descubierto un par de cráneos de un mamífero que vivió a principios del Cretácico en Sudamérica. Los fósiles proceden de la localidad de La Buitrera, provincia de Río Negro, Argentina. Cronopios, pues, con carta de legitimidad.
Durante el Mesozoico, los mamíferos fueron muy raros en un mundo dominado por los dinosaurios y, en especial, se hicieron de rogar en el continente sudamericano –parte componente, cuando el Cretático, de los pedazos en que se estaba fragmentando Gondwana–, donde sorprende su escasez.
Antes de que Rougier y sus colaboradores descubriesen el nuevo ejemplar solo se conocía otro mamífero de la época: Vincelestes. Bienvenido sea, pues, el ahora bautizado como Cronopio dentiacutus, cuya agudez dental queda de manifiesto ya en su nombre.
Los mamíferos que tuvieron que vérselas con los dinosaurios estaban obligados a ocupar hábitat marginales, ya fuese acoplándose a una vida nocturna o viviendo, como predadores minúsculos –como es el caso del cronopio–, de los recursos del bosque tropical.
Las grandes órbitas y el hocico inusitadamente largo ponen de manifiesto una especialización extrema como fórmula adaptativa necesaria para sobrevivir en un mundo hostil. De hecho, cuando a finales del Cretácico aparecieron los primeros parientes cercanos de nuestro género, los plesiadápidos –que tal vez ni siquiera fuesen aún primates– tuvieron que seguir el trayecto indicado por las mismas pautas: un gran sistema olfativo, un aparato visual apto para adentrarse en las sombras nocturnas y un tamaño muy pequeño. Somos los herederos de los desechos de aquella época.
El género Cronopio se extinguió antes de que los primates emprendiesen la huida hacia los árboles, desplazados por los roedores del suelo del bosque. Compartimos, pues, con el ejemplar de La Buitrera la condición de perdedores en la competencia por los ecosistemas mejores. Pero a la postre nos vengamos de esas lacras convirtiendo los dramas en material literario. Nacieron así los cronopios que, en contra de lo que decía yo al principio, pueden reclamar derechos de autor.
En el artículo dedicado al Cronopio dentiacutus, Guillermo Rougier, Sebastián Apesteguía y Leandro Gaetano aclaran que han tomado el nombre del nuevo género como homenaje a Cortázar. A saber qué historias habría podido urdir el genial argentino refugiado en París de haber sabido que los cronopios del Cretácico tenían los dientes como agujas.
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