Tengo un amigo que posee una mente realmente torcida. Además, sabe cocinar que es una maravilla, así que por lo general, sus chistes sucios sobre comida son entretenidos. Como por lo general tengo un estómago de acero (en estos días, not so much) ningún chiste suyo me mortifica, pero por alguna razón la semana pasada se metió con el pistacho e hizo unos comentarios real, realmente torcidos.
Y me quedé antojada de pistacho, el maldito.
Es que tengo una pasión por el pistacho. De chiquita cuando visitaba a mis abuelos en Montreal, Grandma no entendía por qué en el puesto de helados del Subway no había quien me hiciera pedir un tradicional helado de vainilla o de chocolate.
¡Ah!, y de paso, ahora que me meto en el baúl de los recuerdos, creo que esto se extiende a los helados de nueces en general. En la playita de Amador, cuando aún era parte del Officers´ Club, no perdonaba el de butter brickle.
Y, recientemente, cuando visité Athanasiou, la pastelería griega en vía Porras que parece un emporio de los Hamptons, lo que me fascinaron fueron los dulces griegos con pistachos.
Y luego está mi carpaccio favorito, el de pistachos con alcachofas (otro ingrediente favorito) de Market. ¡Hmm!
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