En un planeta amenazado por el calentamiento renace un gigante con poderes naturales que podría ayudar. Y lo hace en Colombia, un país que lucha contra la deforestación y que dentro de poco atraerá la atención ambiental del mundo.
“El agua allá arriba se está acabando, estamos penando, han tumbado muchos árboles. Si no hay árbol, no hay agua, y si no hay agua, no hay árbol”, lamenta Manuel Durán, un agricultor de 61 años, mientras se quita el sombrero de paja para secarse el sudor de la frente.
Además de absorber las emisiones contaminantes con una efectividad que no tienen otros árboles, el guáimaro puede dar alimento a humanos y animales.
Una alternativa nada despreciable, sobre todo cuando el sol parece tostar el bosque tropical y seco que está al pie de las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta, en una zona próxima al municipio Dibulla, en el departamento de La Guajira (noreste).
A kilómetros de ahí, en Medellín, la segunda ciudad de Colombia, castigada por la contaminación, el mundo conocerá un nuevo diagnóstico sobre el medio ambiente. Nacido en las marismas de la ciénaga del río Magdalena y desplazado por la violencia, Durán se interesó en el programa de reforestación de la oenegé franco co-colombiana Envol Vert, para la que el guáimaro es una especie emblemática. “¡Es un árbol mágico!”, explica Daisy Tarrier, de 39 años, directora de Envol Vert. Entre marzo y abril se cosecha 180 kilogramos de fruto. Se come en jugo, sopa o en puré. Los nativos también lo usan contra el asma, la anemia o el reumatismo.
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